
Una historia bonita. ;D
Fic de ophelia_seven. Traducido por OuterSpace
1. Suerte de estar vivo
—Tiene suerte de estar vivo.
La garganta de Bill estaba seca, agrietada y rasposa. Sentía como si su boca hubiese sido rellenada con un centenar de bolitas de algodón. Necesitaba una bebida, pero no podía moverse; si apenas y podía doblar un dedo, mucho menos podría servirse un vaso de agua. Su cuerpo se sentía pesado; le dolía cada hueso desde su cabeza hasta sus pies, y cada vez que intentaba abrir sus ojos para ver en dónde estaba, quién estaba ahí con él y qué estaba sucediendo, las luces fluorescentes que rebotaban de las paredes blancas lo cegaban, por lo que tenía que cerrar sus ojos de nuevo.
Esa debió ser su primera pista.
Todo lo que podía hacer era yacer ahí y escuchar a una voz desconocida hablando con otra, diciendo cosas acerca de un auto destrozado, un par de huesos rotos y suerte. Aparentemente, a pesar de su condición actual, era un chico muy afortunado. Tenía dificultades para creer que eso fuera cierto, especialmente porque apenas y podía moverse, pero todos en la habitación parecían estar de acuerdo, y él no tenía voz para discutir.
—Tiene un extraordinario ángel guardián vigilándolo —dijo una voz grave, suave y rica como la de un cantante evangelista. En una situación diferente, Bill hubiese podido sentirse tranquilizado por ella.
—No tiene idea —dijo otra voz. Ésta era femenina y más familiar, pero Bill no pudo identificarla inmediatamente. El doloroso cansancio en sus huesos resultaba demasiada distracción para su mente debilitada—. Siempre ha sido algo torpe y propenso a los accidentes, igual que su padre. Gracias a dios, no es tan amante de la adrenalina, de otra forma creo que me hubiera dado un paro cardiaco ya desde hace tiempo.
Una risa educada y alegre, perteneciente a la voz más grave, retumbó por toda la habitación. Bill enfocó su atención en las voces; en la del hombre, pero principalmente en la de la mujer. A Bill le tomó varios segundos finalmente reconocer que la voz le pertenecía a su madre.
¿En dónde estaba? ¿Por qué estaba tan adolorido? ¿Por qué su mamá le estaba contando a alguien detalles de su vida?
—Lo vamos a mantener con anestesia vía intravenosa —dijo la voz grave—; y se quedará bajo observación durante toda la noche. Pero se ve bien, así que no veo por qué no pueda ser capaz de irse a casa en los próximos dos días.
¿A casa? Bill logró mover su dedo con esas palabras, y volteó su cabeza hacia un lado, esperando a que, el no mirar directamente hacia las luces, le ayudara en el proceso para forzar a sus ojos a abrirse. A su casa era a donde quería ir. Su mente atontada se aclaró un poco, lo suficiente para hacerle darse cuenta de que estaba recostado en una cama de hospital. Pudo escuchar débilmente los leves sonidos de las máquinas a su alrededor que hacían bip como una trasfondo de la conversación que había estado escuchando.
—Gracias a dios —escuchó a su madre hablar, y puso toda su energía en abrir sus ojos—. No sé qué haría…
La cabeza de Bill estaba volteada hacia el lado equivocado. La voz de su madre se apagó detrás de él, y supuso que si pudiera ver su rostro, vería lágrimas en sus ojos. La pared frente a él era blanca (un color blanco tan limpio y nítido que sólo podría encontrarse en un hospital), y las cortinas de la ventana estaban cerradas, pero la habitación seguía viéndose deslumbradoramente brillante.
—No tiene que preocuparse por eso —el otro hombre (Bill asumió que era un doctor), fue rápido para continuar donde ella se había detenido, con un suave tono—. Su hijo va a estar absolutamente bien.
Bill empleó toda su energía en abrir sus ojos completamente. Quería voltear su cabeza hacia el otro lado, quería que su madre viera que estaba despierto, no quería que llorara y quería que le creyera al doctor con eso de que iba a estar bien. Volteó su cabeza lo suficiente para dejar de ver a la pared, pero antes de que pudiera enfocar sus ojos en su madre y el doctor, algo más (o mejor dicho, alguien más), llamó su atención.
De pie, en la esquina de la habitación y con sus brazos cruzados sobre su pecho, estaba un joven, Bill pensó que no debía ser mayor que él mismo. Su ropa era holgada y su cabello estaba enrastado. Tenía una gorra sobre su cabeza y un aro plateado perforaba la esquina de su labio inferior. Sus ojos color café estaban pegados a los de Bill, y Bill abrió su boca para decirle algo, para preguntarle quién era, pero se dio cuenta de que no podía hablar. Una oleada de pánico se dispersó en él y la maquina a la que estaba conectado comenzó a sonar erráticamente al monitorear su ritmo cardíaco que, de repente, había aumentado incontrolablemente sólo al pensar en que ni siquiera podía hablar.
Bill apenas y parpadeó, y para cuando volvió a abrir sus ojos, el chico estaba de pie junto a su cama; sus dedos largos y delgados aplacaban suavemente el cabello negro, grueso y enredado de Bill. Ni su madre ni el doctor habían logrado llegar a él tan rápidamente, pero se habían acercado, ¿no? El chico se inclinó hacia él, presionando sus labios en la oreja de Bill y susurrándole promesas reconfortantes.
—Shhh —dijo—, cálmate. Estás bien. Vas a estar bien, Bill. Todo está bien.
Bill parpadeó lentamente; cuando sus ojos volvieron a abrirse, el chico con rastas ya no estaba y su madre estaba a su lado, apretando su mano y diciéndole en voz baja cosas similares.
—Mamá —intentó de nuevo y, esta vez, obtuvo con un graznido que salió de su garganta. Agradecido de que al menos todavía le quedaba algo de su voz, se calmó justo a tiempo para que la enfermera entrara apresurada y comenzara a revisar sus máquinas.
—Está bien —dijo el doctor, que ahora Bill podía ver. Era un hombre grande con piel oscura (quizá debido a muchas vacaciones), y mirada amable. Tomó la jarra de agua que estaba en la mesa junto a su cama y le sirvió a Bill un poco en un vaso—. Sólo fue un poco de pánico inicial.
La enfermera lo arrulló y se ofreció a ahuecar su almohada o llevarle algo, pero él sólo negó con su cabeza, sosteniendo el vasito de papel con agua en sus manos temblorosas. Su cuerpo aún se sentía pesado, casi inmovible, pero el hecho de que al menos todavía podía moverse lo reconfortaba, y el agua se sentía divina en su garganta.
La enfermera se fue y Bill se volteó para verla irse. Sus ojos se posaron nuevamente en el chico; aunque en esta ocasión, éste estaba de pie junto a la puerta, recargándose contra la pared blanca y sus piernas se extendían frente a él, una cruzada sobre la otra. Tenía una mirada atenta, casi distante dirigida a Bill. El mismo Bill, traspasó los ojos cafés que le estaban dirigidos a él.
—Bill, cariño ¿qué estás viendo?
Bill parpadeó y volteó a ver a su madre, quien tenía su cabeza volteada hacia la puerta con una mirada confundida que estaba grabada en su rostro. Incluso el doctor había volteado brevemente a ver lo que había llamado su atención. Bill levantó un dedo apuntando hacia el chico con rastas, pero cuando lo hizo, el chico ya no estaba. Bill miró a su alrededor; no estaba por ningún lugar.
—Muchos sedantes, quizás —dijo el doctor con una sonrisa amigable en su rostro. Se inclinó hacia adelante para palmear la pierna de Bill—. Llama a la enfermera si necesitas algo, ¿ok?
—Gracias, Dr. Karl —dijo la madre de Bill, mientras éste sólo pudo asentir en silencio. Sus ojos todavía barrían la habitación en busca de aquellos ojos que habían estado observándolo con tanta determinación. ¿Había sido el resultado de muchos sedantes? Sí, debía haberlo sido; sólo una alucinación. Bill pestañeó, intentando quitarse de la mente el rostro del chico extraño, pero no funcionó.
—Por nada. Bill aquí, es un chico con mucha suerte —Bill se encogió al escuchar esa palabra de nuevo. Suerte. Por primera vez, desde que había despertado, tuvo la oportunidad de verse a sí mismo. Su brazo izquierdo estaba enyesado, tenía algunos cortes y moretones en su otro brazo, y el resto de su cuerpo estaba escondido debajo de la manta. Movió los dedos de sus pies solo para estar seguro de que podía hacerlo, y suspiró aliviado cuando éstos se flexionaron para él.
—Bill, cariño —empezó su mamá, sentándose vacilante, a su lado sobre la cama después de que el doctor se fuera.
—¿Qué pasó?
—Estuviste en un accidente de autos —dijo frunciendo sus labios fuertemente hacia abajo. Bill continuó mirándola. Necesitaba más que eso. Sus manos temblorosas se aferraron a su vasito que ahora estaba vacío—. Ibas manejando a la escuela y un… un pendejo se pasó una luz roja. Te chocó del lado del conductor. El doctor dice que debería haber más daño del que hay; tienes mucha suerte.
Suerte. Bill quiso mofarse en voz alta. Su brazo izquierdo estaba enyesado, sentía todo su cuerpo pesado e inmóvil y no quería hacer nada más que dormir… pero tenía suerte.
—Me siento de la mierda —dijo, pero esa simple aseveración que le tomó mucha de su energía, al final valió la pena, porque se ganó una sonrisa compasiva de parte de su madre. La mujer se inclinó hacia adelante y le dio un beso ligero en su sien.
—Deberías descansar un poco más.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí dormido? —preguntó, sin discutir el hecho de que descansar sonaba bastante bien, pero no quería pasarse toda su vida durmiendo.
—Todo el día —contestó—. Son más o menos las siete y media del día siguiente.
Bill gruñó, cubriendo su rostro con su brazo bueno, y después miró nuevamente a su madre cuando la idea se le vino a la mente.
—¿No deberías estar en el trabajo?
No era como que su madre era una trabajadora obsesiva, pero era una madre soltera que había estado criando a Bill desde que su padre murió en un accidente de paracaidismo hacía algunos años, y Bill sabía lo mucho que tenía que trabajar para mantener junta a su pequeña familia de dos.
Ella sacudió la cabeza con una mirada de determinación.
—En este momento, eres mucho más importante para mí que el trabajo —dijo, tomando su mano. Apretó ligeramente los dedos de Bill como para enfatizar lo que decía—. Cuando mejores regresaré a trabajar.
—Pero, mamá… —empezó, pero su madre ya estaba negando con su cabeza, quitándole su vasito de papel de las manos y posando otro beso en su frente.
—Nada de discusiones —le dijo—. Tienes que descansar.
El estómago de la mujer cuando se alejó y Bill le frunció el ceño al igual que ella lo había hecho con él minutos antes.
—¿Has comido algo desde que llegaste aquí? —acusó, viéndola con los ojos entrecerrados. Por mucho que intentara cuidar de él, él también cuidaba de ella. Especialmente desde la muerte de su padre; Bill había notado que la mente de su madre tenía más deslices. Olvidaba en dónde dejaba las llaves, el nombre de su perro, olvidaba comer, cepillarse los dientes o ponerse los zapatos antes de irse a trabajar.
—He estado preocupada por ti —contestó ella, palmeando su mano como si fuera una excusa aceptable.
—Ve a la cafetería y consíguete algo de comer —instruyó Bill, sus ojos volvían a sentirse cansados. No había duda alguna de que quería dormir más, pero también quería asegurarse de que su madre iba a cuidar de ella misma—. Yo voy a estar durmiendo.
Prometió cuando pareció que su madre estaba a punto de protestar.
—Ok —concedió finalmente—, pero regreso enseguida.
—Voy a estar dormido —contestó Bill rodando los ojos cuando su mamá retrocedió, tomó su bolso y le dio una última mirada antes de salir de la habitación.
Una vez estando solo, Bill se dio la vuelta, intentando estar lo más cómodo posible para volver a dormir. La cama era dura, definitivamente no era la suya, y el sonido del monitor de corazón le resultaba más molesto que útil. Estiró hacia atrás su brazo no lastimado para volver a ahuecar su almohada, pero no pudo hacerlo sólo con una mano, por lo que finalmente se rindió. Volvió a acomodarse, poniéndose lo más cómodo posible y cuando alzó la mirada, el rostro del chico con rastas de hace unos minutos estaba frente a él, mirándolo fijamente desde arriba y entre sus pestañas largas y gruesas.
Se sostuvieron la mirada por varios minutos (Bill no pensó en contarlos), y el chico nunca dijo nada, así que Bill tomó la iniciativa.
—¿Quién eres? —demandó saber, sin molestarse en decirlo con amabilidad.
—Tom —el chico sonrió; el aro de metal en la esquina de su labio capturó un rayo de luz cuando sus labios se curvaron hacia arriba.
—¿Por qué estás aquí? —Bill quiso saber. No se molestó en decir su propio nombre. De cualquier forma, Tom ya lo había llamado por su nombre, así que obviamente ya sabía quién era. El campo de juego estaba muy disparejo y eso hacía a Bill sentirse nervioso y ansioso.
—Para asegurarme de que estás bien —dijo Tom—. Siéntate.
Aunque no sabía por qué estaba dejando que este Tom le diera esas órdenes, Bill se irguió un poco y Tom se inclinó para ahuecar la almohada con la que Bill se había rendido. Cuando terminó, Bill volvió a recostarse con cautela, y vio a Tom servirle un vaso de agua de la jarra que estaba en la mesa a un lado de su cama.
Sus labios y su boca apreciaron la acción, pero Bill seguía aprensivo con el chico que estaba en su habitación y que se aparecía y desaparecía misteriosamente en un abrir y cerrar de ojos. Tal vez, en verdad estaba bajo mucha medicación —caviló para sí mismo, manteniendo sus ojos en Tom por sobre el borde de su vasito mientras se tomaba avariciosamente el líquido temperado que el chico le había ofrecido.
—Tienes que mantenerte hidratado —murmuró Tom, tomando el vaso de las manos de Bill y sirviéndole otro. Bill estiró su brazo para tomarlo nuevamente, y tan pronto como sus dedos lo envolvieron, Tom volvió a hablar—. Tengo que irme.
Bill parpadeó y Tom se había ido; justo entonces escuchó el sonido de unos tenis entrando a su habitación. Su mamá había regresado con su cabello peinado en una colita y con mechones enmarcando su rostro cansado.
—Se me olvidó mi… —decía al entrar a la habitación, pero se detuvo abruptamente cerca de la puerta. Sus ojos miraban a Bill y el vasito en sus manos—. ¿Tú lo agarraste?
Su pregunta parecía perpleja en vez de acusatoria.
—Una de las enfermeras —mintió Bill inmediatamente, levantando la orilla del vaso para cubrir sus labios temblorosos. Sabía que no había hecho nada malo, pero no estaba seguro en su totalidad de que no había alucinado al chico. Tendría que permanecer en silencio con ese asunto hasta que lo averiguara.
Continuará…
Una traducción de una historia linda… alejándome un poco de las historias crueles. Espero que les guste. Gracias a los que leen. Y muchísimas gracias a los que comentan. Son un amor. ^^
Que pasen una fabulosa semana. ¡Besos!